miércoles, 25 de noviembre de 2015

15. Corona del curso - El trato con los Profetas


Nota final del curso de Profetas

Corona del curso
El trato con los Profetas


Al final del curso es justo hacer el propio balance de la asignatura, para ver qué ha aportado al caudal de mis conocimientos teológicos y, muy especialmente, a la estructura de mi persona y al proyecto global de mi vida. Hay varios referentes para esta evaluación: el maestro (su competencia, su preparación o rutina…), el libro (lectura de 286 capítulo que abarcan profetas y Daniel, libro de texto), el tiempo (dos horas semanales de estudio personal corresponderían teóricamente a esta asignatura)…, y el factor esencial entre todos: yo misma, yo mismo. Aquí he de considerar con absoluta lealtad tanto mi capacidad de tipo intelectual (¡son tan variadas y diversas las facultades con que se teje nuestra valía personal…!) para estudios de rango académico, como mi interés, mi adhesión personal al tema.
Sobre este encuentro último de “Los Profetas y Yo” queremos hacer algunas consideraciones finales. El fruto del curso podemos verificarlo en la confrontación personal con tres grandes tesis que pueden compendiar la Sabiduría vital del encuentro con los Profetas.

Primera tesis. No se comprende a los Profetas sino en tanto en cuanto vemos en ellos la presencia palpitante de Dios en la “historia salutis” con su pueblo.

Es del todo punto necesario entrar en los Profetas con un armazón intelectual, que da razón de estos puntos:
1)      En qué tiempo ocurre esta “profecía”.
2)      En qué tiempo fue redactada esta profecía.
3)      Qué tipo literario representa esta profecía.
4)      Cómo puede desentrañarse este libro atribuido a un determinado Profeta (Isaías, por ejemplo) y qué factores histórico-literarios pueden explicar – al menos por vía de hipótesis – el texto complejo que yo tengo delante.
Todo esto son procesos previos a la comprensión interna, real, palpitante de la profecía que radicalmente es un evento divino con tres implicaciones:
1)      Dios. ¿Quién es este Dios de la Alianza que se está manifestando con ira…, con pasión…, con ternura…?
2)      El Profeta. ¿Quién es este profeta que funde en sí vida y mensaje, pues es él el que está transmitiendo el acontecimiento de la Palabra? La Profecía no es Filosofía, no es Teología, no es Sabiduría; no es tampoco Ley. Es pura y simplemente Profecía, es un acontecimiento de encarnación de Dios en al historia en la realidad concreta de Profeta y Pueblo.
3)      El Pueblo. El término de la Profecía es el Pueblo, y con el pueblo las naciones y la misma Creación. Todo lo real entra en la vorágine de la Palabra que juzga, que sana, que abre a una presencia y a un futuro. Si Dios habla, el mundo entero entra en conmoción. Cosa sorprendente: el mundo de la profecía abarca como escenario el mundo universos que Dios ha creado; el mundo entero queda ante la presencia de Dios, como en al escatología.


Segunda tesis. La profecía, como acontecimiento de encarnación, de revelación y de gracia, es el portal de la Profecía que Dios está dando al mundo por su Hijo

1)      Es evidente que la Historia de salvación, cuyo paradigma está en la Escritura, no ha concluido, sino que está en acción hasta que sea consumada con el último elegido.
2)      Es, pues, obvio que Dios, que entregó su última Palabra al mundo a través de su hijo amado, sigue actualizando esta Palabra a través de la Profecía. El destinatario de la Profecía es la Iglesia y a través de ella el mundo entero. En el Antiguo Testamento el sustento de la Profecía era la Alianza; en el Nuevo es el Misterio pascual verificado en Jesucristo. Toda profecía arranca de él y torna a él.
3)      Es necesario contemplar como, si bien es cierto que Jesús rebasa todo paradigma en el que pueda ser incluido, externamente el Profeta es al figura que mejor se la adecúa. Profeta que denuncia y anuncia desde la soberanía de Dios. La pretendida Profecía de una cierta corriente fácil de detectarse adolece, en especial, de dos miserias, que la invalidan:
- que al denuncia no puede cifrarse solo en la opresión de los pobres, víctimas de un orden social, estructural, injusto;
- que la soberanía absoluta de Dios, presente en todo acto de la Historia, es la medida de todo juicio profético.
4)      Estamos, pues, inmersos en la Profecía, alma de la Historia. Ignoramos los caminos de la Historia; nadie puede predecir lo que se va gestando en este momento en la confrontación entre Islam y Cristianismo, Idolatría (increencia, ateísmo, secularización) y Fe, que parecen ser los ejes que hoy sustentan la gravitación del Mundo. La actitud profética de la Comunidad de Jesús ha de ser la escucha: “No, nada hace el Señor Yahvé sin revelar su secreto a sus siervos los profetas” (Am 3,7).

Tercera tesis. Acaso yo mismo, yo misma, que implicado en la Profecía como acontecimiento que acompaña a la Iglesia hasta la vuelta del Señor y haya sido yo constitutivo como profeta de su amor

1)      En el Bautismo yo he sido signado como Profeta. Ser profeta es algo constitutivo a mi ser. Este profetismo no es un “sobreañadido” a la misión misma de la Iglesia.
2)      La percepción y la actuación de este ser profeta en la Iglesia es una vivencia de orden de fe: la fe tiene un carácter místico, o simplemente oracional.
3)      En suma, yo no puedo leer objetivamente a los profetas y reencontrarme en mi vocación profética, sino en fe y en oración.
4)      Acaso entonces encuentre yo mi vocación profética, que cantamos a diario en el Benedictus: “y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo” (et tu, puer, propheta Altissimi vocaberis). La existencia misma, como existencia “en Cristo”, es profecía.



Para este enfoque vital de los profetas trasladamos aquí la introducción a su obra Los Profetas (1962), versión ampliada de lo que en 1936 fue su primera obra, La Profecía.


ABRAHAM J. HESCHEL
LOS PROFETAS I. EL HOMBRE Y SU VOCACION Supervisión de Marshall T. Meyer. Editorial Paidós, Buenso Aires.

INTRODUCCIÓN
Este libro trata sobre algunas de las personas más perturbadoras que jamás hayan existido: los hombres cuya inspiración dio origen a la Biblia; los hombres cuya imagen es nuestro refugio ante la angustia, y cuya voz y visión sustenta nuestra fe. El significado de los Profetas de Israel está no sólo en lo que dijeron sino también en lo que fueron. A menos que tengamos cierto grado de conocimiento sobre lo que les ocurrió no podremos entender completamente lo que quisieron lograr. No conocemos enteramente las vicisitudes que pasaron durante sus vidas, y por lo tanto no podemos hacerlos objeto de un análisis científico. Sólo conocemos esas vicisitudes en la medida en que fueron preservadas por las palabras. 
Mi propósito, por lo tanto, es el de lograr un entendimiento del profeta por medio de un análisis y una descripción de su conciencia, para relatar lo que ocurrió en su vida —al enfrentar al hombre, al ser enfrentado por Dios— tal como se ve reflejado y afirmado en su mente. Por conciencia, en otras palabras, entiendo aquí no sólo la percepción de ciertos momentos de inspiración particulares sino también la totalidad de impresiones, pensamientos y sentimientos que hacen a la existencia del profeta.  
Al insistir en la naturaleza absolutamente objetiva y sobrenatural de la profecía, la teología dogmática dejó a un lado la parte que le corresponde al profeta en el acto profético. Al destacar la revelación, ignoró la respuesta; al aislar la inspiración, perdió de vista la situación humana. En contraste con lo que podría denominarse "panteología", los psicólogos trataron de deducir la profecía íntegramente de la vida interior de los profetas. Al reducirlo a un fenómeno personal subjetivo, hicieron caso omiso del conocimiento que tenía el profeta de su confrontación con hechos no derivados de su propia mente. 
De la comprensión de que dan prueba las palabras de los profetas sobre una situación que desafía tanto a la panteología como a la panpsicológía debe surgir un rechazo de ambos extremos. Un análisis cuidadoso nos muestra que esta situación está compuesta de revelación y respuesta, de receptividad y espontaneidad, de acontecimiento y experiencia En consecuencia, sostengo que las marcas del elemento personal deben delinearse no fuera del acto del profeta sino dentro de él. 
El profeta es una persona, no un micrófono. Está dotado de una misión, del poder de una palabra —que no es la suya—, que da razón a su grandeza, pero también tiene un temperamento, preocupaciones, carácter e individualidad. Así como no hubo resistencia al impacto de la inspiración divina, tampoco la hubo, a veces, al vórtice del propio temperamento. La palabra de Dios reverberó en la voz del hombre. La misión del profeta es comunicar una visión divina; no obstante, como persona, él es un punto de  vista. Habla desde la perspectiva de Dios tal como la percibe desde la perspectiva de su propia situación. Debemos tratar de entender no sólo las visiones que explicó, sino también las actitudes que encarnó: su propia situación, sentimiento, respuesta; no sólo lo que dijo sino también 10 que vivió; lo privado, la dimensión íntima de la palabra, el lado subjetivo del mensaje. 
Podemos trazar similitudes y paralelos entre los profetas de Israel y personalidades de otros lugares, pues la religión de los hebreos compartió mucho, por cierto, con otras religiones semitas. Por lo tanto, es importante compararlos con otros tipos de hombres de la antigüedad que tuvieron pretensiones similares. Sin embargo, la pregunta más difícil es: ¿Cuáles son los rasgos que distinguieron a los profetas de Israel? ¿Qué constituye su singularidad? El profeta no es sólo un profeta. Es también un poeta, un predicador, un patriota, un estadista, un crítico social, un moralista. Ha existido una tendencia a ver la esencia y el significado primordial de la profecía en el despliegue de uno u otro de estos aspectos. No obstante, ésta es una falsa interpretación de la naturaleza intrínseca de la profecía. El primer objetivo de nuestra investigación no debe ser ver al profeta como un ejemplo de una especie, sino más bien determinar tanto las características que lo diferencian como las que comparte con otros. Para encontrarlo verdaderamente como profeta la mente debe desprenderse de ciertos hábitos de investigación; deben evitarse las trampas o señuelos de moldes convencionales. La manera más segura de no lograr el objetivo buscado es partir de la certeza preconcebida de ser capaz de explicarlo. Explicar al profeta en términos de un esmerado conjunto de nociones preconcebidas sería poner la carreta delante de los caballos. La explicación, cuando se la considera como la única meta de la investigación, se convierte en sustituto de la comprensión. Imperceptiblemente pasa a ser el comienzo y no el fin de la percepción. 
El prejuicio que tantos estudiosos comparten y que puede definirse como un principio —a saber, que nada debe tomarse como dato a menos que se lo pueda calificar a priori como pasible de explicación—, aparte de ser presuntuoso y problemático, obstruye la visión de gran parte de la realidad y afecta seriamente nuestro poder de lograr una comprensión clara de lo que enfrentamos. Limitando la atención a lo que aparece en las fuentes literarias, a saber, los libros proféticos, he tratado de penetrar en las mentes de los profetas y de entender los momentos decisivos de sus vidas desde esa perspectiva[1]. En este estudio no intento formular juicios sobre la verdad de su pretensión de haber recibido la revelación, ni pretendo resolver los enigmas de la profecía mediante explicaciones psicológicas o sociológicas; ni siquiera trato de averiguar las condiciones de su posibilidad o sugerir medios para su verificación. Mi propósito ha sido aclarar lo que los profetas se atribuían; no explicar su conciencia de sí mismos, sino entenderla. Al quitar el velo a los rasgos decisivos de su conciencia puede ponerse de manifiesto la estructura esencial de experiencia, tal como se refleja en esa conciencia. 
Me propuse lograr un entendimiento de lo que significa pensar, sentir, reaccionar y actuar como profeta. No intenté ir más allá de su conciencia para explorar lo subconsciente o llegar hasta los condicionamientos o experiencias antecedentes dentro de la vida interior del individuo. Una conjetura sobre lo que está más allá y debajo del umbral de la conciencia del profeta nunca puede ser un sustituto de la comprensión de lo que se manifiesta en la conciencia. Tampoco es posible confirmar lo que él afirma. Podemos llegar a cierto conocimiento de lo que hizo vibrar al profeta como profeta, de las ideas por las cuales fue sacudido en ciertos momentos, pero no es posible probar las realidades ni acontecimientos que precedieron a esos momentos. Por lo tanto, nuestra investigación no está orientada hacia los motivos psicológicos que se hallan en los antecedentes preproféticos de la vida del profeta, sino a motivos que se dan conscientemente, si bien no se formulan de manera explícita, y que constituyen, o al menos reflejan, las categorías decisivas o las formas estructurales del pensamiento profético. 
El método que empleé en mi investigación para lograr tal comprensión fue el de la reflexión pura. La observación, la inspección, el enfrentar el problema y experimentar con él, el abarcar el material que examinamos, nos introducen en la realidad del  fenómeno y afinan nuestra capacidad para formular preguntas‑ que‑ nos lleven a descubrir su singularidad. En realidad, aprender cuáles son las preguntas que no se deben hacer y cuáles las cuestiones que no deben tomarse en consideración requiere mucho más esfuerzo. Tanto los hábitos de la visión como los concomitantes mentales de la visión perjudican nuestra perspectiva. Nuestra visión está obnubilada por el conocimiento, y no sentimos dolorosamente la falta de conocimiento de lo que vemos. El principio que debemos tener presente es conocer lo que vemos y no ver lo que conocemos. En vez de culpar a las cosas por ser oscuras, deberíamos culparnos a nosotros mismos por ser prejuiciosos y prisioneros de una reiteración autoimpuesta. Es necesario deshacerse de muchos clisés para poder contemplar una única imagen. La comprensión profunda (insight) es el comienzo de percepción futura más que la prolongación de percepciones pasadas. La visión (seeing) convencional, al operar, como lo hace, mediante pautas y coherencias, es una forma de ver el presente en tiempo pasado. La comprensión es un intento de pensar en el presente.
La comprensión es una forma de irrupción que requiere mucho desmantelamiento y dislocación intelectual. Comienza por una intromisión intelectua,l por el cultivo de un sentimiento para lo no familiar, para lo que no tiene paralelo, para lo increíble. Mediante el entrar en relación afectiva con un fenómeno; mediante el estar íntimamente comprometido con él y hacerle la corte, por así decirlo, es como, después de mucha perplejidad y desorientación, llegamos a la comprensión profunda, a un modo de ver el fenómeno desde adentro. La comprensión se acompaña de una sensación de sorpresa. Aquello que estaba cubierto ‑ se descubre súbitamente Asegura una percepción genuina: la de volver a ver. Quien piensa que podemos ver el mismo objeto dos veces, no ha visto nunca. Paradójicamente, comprensión es conocimiento a primera vista. 
Tal investigación debe dejar a un lado las creencias personales y aun todo intento de investigación, por ejemplo, si el hecho sucedió en realidad como lo vio en su mente. Yo sostengo que, haciendo caso omiso del hecho de que su experiencia haya sido real, es posible analizar el contenido y la forma de esa experiencia. El proceso y resultado de tal investigación representan la parte esencial de este libro, tal como fue escrita hace ya varios años[2]Si bien todavía mantengo la solidez del método descripto, que en sus aspectos importantes refleja el método fenomenológico, hace ya mucho tiempo que me he curado de la pretensión de imparcialidad, que es en sí misma una forma de ser parcial. La existencia del profeta es importante o no lo es. Si no es importante, no puedo sentirme verdaderamente afectado por ella; si es importante, entonces mi imparcialidad es sólo un pretexto. La reflexión puede conseguir aislar un objeto; en sí misma no puede aislarse. La reflexión es parte de una situación. 
La situación de una persona inmersa en las palabras de los profetas es la de un ser expuesto a que su indiferencia se vea incesantemente sacudida; para permanecer silencioso ante tales golpes sería necesario estar hecho de piedra. 
Yo no puedo permanecer indiferente al interrogante de si una decisión que he tomado puede resultar fatal para mi existencia, si debo aspirar la próxima bocanada de aire para sobrevivir o no. Quizá sea éste el problema que atemorizó a los profetas. Un pueblo puede estar muriéndose sin darse cuenta; un pueblo tiene la posibilidad de sobrevivir, y no obstante rehúsa hacer uso de sus capacidades. Para comprender el ser de un fenómeno es importante suspender el juicio y pensar con desprendimiento; para comprender el significado de los fenómenos hay que suspender la indiferencia y comprometerse. Para examinar la esencia de los fenómenos se requiere un proceso de reflexión. Pero ésta abre un abismo entre el fenómeno y nosotros. Si los reducimos a exánimes objetos de la mente, los privamos del poder de afectarnos, de que nos hablen, de que trasciendan nuestras actitudes y nuestras concepciones. 
Si bien la estructura y el mero contenido de la conciencia profética pueden ser accesibles mediante una actitud de reflexión pura, en la cual se interrumpe la preocupación por su verdad y validez, la fuerza cabal de lo que se revela en tal reflexión corroe silenciosamente la rigidez del autodistanciamiento. La magia del proceso parece ser más poderosa que el ascetismo del intelecto. Por lo tanto, al escuchar las palabras de los profetas no se puede mantener la seguridad de un observador prudente  e imparcial. Ellos no hacen reflexiones sobre ideas en general. Sus palabras son ataques furiosos que destrozan la ilusión de falsa seguridad, desafían evasiones, hacen un llamado a la fe, ponen en tela de juicio la prudencia y la imparcialidad. Alguien puede sentir tanto temor de someterse a sus extrañas certezas como de resistir a sus tremendas pretensiones por incredulidad o impotencia de espíritu. El reflexionar sobre los profetas lleva a la comunión con ellos. 
La pura reflexión puede ser suficiente para aclarar lo que la conciencia del profeta asevera, pero no para lo que su existencia implica. Para tal entendimiento no basta con tener a los profetas en la mente; debemos pensar como si nosotros estuviésemos dentro de sus mentes. Para que ellos estén presentes y vivientes para nosotros, debemos pensar no acerca de, sino en los profetas, con sus inquietudes y su corazón. Su existencia nos concierne. A menos que sus inquietudes nos golpeen, nos lastimen, nos exalten, no las sentiremos. Tal compromiso requiere acuerdo, receptividad, audición, entrega total a su impacto. Entre sus recompensas intelectuales se incluyen momentos en que la mente, por así decirlo, se desprende del pellejo de su ignorancia. El pensamiento es como el tacto, comprende al ser comprendido. Al indagar la conciencia del profeta no sólo nos interesamos por su vida interior, en emociones y reflexiones como tales. Estamos interesados en restaurar el mundo al que pertenecieron: aterrados en su absurdo y en el desafío a su Hacedor, tambaleante al borde del desastre, con la voz de Dios implorando al hombre que vuelva a Él. Lo que provoca la consternación del profeta no es un mundo falto de sentido, sino un mundo sordo al sentido. Y sin embargo la consternación no es más que un preludio. Siempre comienza con un mensaje de desastre y concluye con otro de esperanza y redención. ¿Significa esto que ninguna perversidad del hombre puede prevalecer sobre el amor de Dios todopoderoso? ¿Significa esto que Su apacibilidad es más poderosa que todos los crímenes humanos, que Su deseo de paz es más fuerte que la pasión del hombre por la violencia? 
La profecía no es simplemente la aplicación de normas ‑ eternas -. a la situación humana particular, sino más bien una interpretación de un momento especial de la historia, un entendimiento divino de la situación humana. La profecía, entonces, puede definirse como la exégesis de la existencia desde una perspectiva divina. Entender la profecía es entender un entendimiento más que entender un conocimiento; es una exégesis de una exégesis. Implica compartir la perspectiva desde la cual se hace el entendimiento original. Interpretar la profecía desde cualquier otra perspectiva —tal como lo hacen la sociología o la psicología— es como interpretar la poesía desde el punto de vista de los intereses económicos del poeta. El espíritu de tal exégesis hace que resulte incongruente para nuestra investigación tomar refugio en la pregunta personal (pero, no obstante, vital) : ¿Qué significan para nosotros los profetas? La única manera sensata de formularse esta pregunta personal es ser guiado por otra pregunta, aun más audaz: ¿Qué significan los profetas para Dios? A menos que esta pregunta tenga significado, todas las de más son absurdas, pues la profecía es una farsa a menos que se la experimente como la palabra de Dios que desciende sobre el hombre y lo convierte en un profeta. 
La exégesis adecuada es el esfuerzo para entender al filósofo en términos y categorías de la filosofía, al poeta en términos y categorías de la poesía, al profeta en términos y categorías de la profecía. La profecía es una forma de pensar y una forma de vivir. El éxito de nuestra investigación depende de que se entiendan correctamente los términos y categorías del pensamiento profético. 
Para redescubrir algunos de estos términos y categorías se requiere un estudio cuidadoso de los tipos de preguntas que el profeta formula, y la clase de premisas sobre Dios, el mundo y el hombre que tomó como dadas. En realidad, el resultado más importante de la investigación fue para mí descubrir la importancia intelectual de los profetas
¿Qué es lo que me condujo a estudiar a los profetas? En el ambiente académico en el cual pasé mis años de estudiante, la filosofía había llegado a ser una entidad aislada, autoinherente, autoindulgente, una Ding an sich que estimulaba la sospecha en lugar del amor a la sabiduría. Las respuestas que se ofrecían no se relacionaban con las preguntas, eran indiferentes al afán del individuo que comprendía la sensibilidad en suspenso del hombre frente a desafíos tremendos; indiferentes a una situación en la que el bien y el mal no estaban en juego, en la cual el hombre se hacía cada vez más insensible a la catástrofe y se preparaba cada vez más para anular el principio de verdad. Poco a poco  me fui dando cuenta de que algunos de los términos, motivaciones y preocupaciones que dominan nuestro pensamiento pueden llegar a destruir las raíces de la responsabilidad humana y a traicionar el fundamento último de la solidaridad El desafío al que todos estamos expuestos y la terrible vergüenza que hace añicos nuestra capacidad de paz interna, desafían las formas y moldes de nuestro pensamiento. Uno se ve obligado a admitir que algunas de las causas y motivos de nuestro pensamiento llevaron nuestra vida por el mal camino, que la prosperidad especulativa no es una respuesta a la bancarrota espiritual. Lo que me condujo al estudio del pensamiento de los profetas fue darme cuenta de que el dinero adecuado no se podía conseguir en la moneda corriente. 
Cada mente opera tanto con presuposiciones y premisas como dentro de una forma particular de pensamiento. Frente al trágico fracaso de la mente moderna, incapaz de evitar su propia destrucción, se me hizo claro que el problema filosófico más importante del siglo xx era encontrar un nuevo conjunto de presuposiciones o premisas, una forma distinta de pensar. 
He tratado de dilucidar algunas de las presuposiciones que forman la raíz de la teología profética, las actitudes fundamentales de la religión profética, y de llamar a la atención sobre la forma en que difieren de ciertas presuposiciones y actitudes que prevalecen en otros sistemas de teología y religión. Al destacar la importancia del pathos, un término que gana importancia en el curso de mi exposición, he tratado de no perder de vista al ethos y al logos en sus enseñanzas.  
Dejando a un lado las circunstancias derivadas y subordinadas y enfocando la atención sobre los motivos fundamentales que dan coherencia y unidad integral a la personalidad profética, he distinguido en la conciencia del profeta entre lo que le ocurrió a él y lo que aconteció en él – entre lo trascendente y lo espontáneo – así como también entre contenido y forma. Nuestro análisis ha revelado que la estructura de la conciencia profética consiste, en el nivel trascendente, en pathos (contenido de la inspiración) y evento (forma), y en el nivel personal, en simpatía (contenido de la experiencia interna) y la sensación de ser dominado por una fuerza superior (forma de la experiencia interna). El profeta fue un individuo que dijo no a su sociedad, condenando sus hábitos y suposiciones, su complacencia, indocilidad y sincretismo. A menudo se vio impelido a proclamar lo opuesto a lo que ansiaba su corazón. Su objetivo fundamental era reconciliar al hombre con Dios. ¿Por qué necesitan ambos la reconciliación? Quizá se deba al falso sentido de soberanía del hombre, a su abuso de la libertad, a su orgullo agresivo, que no tolera la participación de Dios en la historia. La profecía ha cesado; los profetas perduran y sólo se los puede ignorar con riesgo de nuestra propia desesperación. Nos corresponde a nosotros decidir si la libertad es autoaserción o respuesta a una demanda; si la situación final es de conflicto o de inquietud.

Abraham J. Heschel
Jewish Theological Seminary Nueva York Agosto, 1962


Una amplia biografía de Abraham J. Heschel (1907-1972) fue escrita por su hija Dr. Susannah Heschel, como introducción al libro de su padre “Moral grandeur and spiritual audacy” (Se puede acceder a través de Abraham Joshua Heschel Wikipedia, en nota). Allí cuenta vivencias tan conmovedoras como el encuentro con el Papa Pablo VI:
In 1971, my father traveled through Italy on a lecture tour, accompanied by my mother. A private audience with Pope Paul VI was arranged for them in Rome on March 17. Describing the visit afterward in a private memoir, my father said how pleased he was that the Pope had seen his writings as a help to Catholics to strengthen their faith:
When the Pope saw me he smiled joyously, with a radiant face, shook my hand cordially with both his hands--he did so several times during the audience. He opened the conversation by telling me that he is reading my books, that my books are very spiritual and very beautiful, and that Catholics should read my books. He expressed his blessing that I may continue to write more books. He then added that he knows of the great impact my books are having upon young people, which he particularly appreciates”.

(Nota entrega


[1] La destrucción de Jerusalén en 587 marca el fin de la era clásica en la historia de la profecía, y el entendimiento de las figuras proféticas que surgieron durante el exilio crea problemas de un tipo especial. Este libro trata de los profetas literarios o clásicos de los siglos  VIII y VII a.e.c. Sólo hay menciones ocasionales de los otros profetas, con la excepción de Deuteroisaías, cuyo mensaje ilumina muchos de los enigmas existentes en las palabras e intenciones de sus predecesores.  
[2] Die Prophetie, publicado por la Academia Polaca de Ciencias, Cracovia, 1936 y por Erich Reiss, Berlín, 1936. Para más detalles sobre el método empleado, véase el prefacio a esa obra, págs. 1‑6, así como también la discusión a lo largo de este libro.  

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