Nota final del curso de Profetas
Corona del curso
El
trato con los Profetas
Al final del
curso es justo hacer el propio balance de la asignatura, para ver qué ha aportado
al caudal de mis conocimientos teológicos y, muy especialmente, a la estructura
de mi persona y al proyecto global de mi vida. Hay varios referentes para esta
evaluación: el maestro (su competencia, su preparación o rutina…), el
libro (lectura de 286 capítulo que abarcan profetas y Daniel, libro de
texto), el tiempo (dos horas semanales de estudio personal
corresponderían teóricamente a esta asignatura)…, y el factor esencial entre
todos: yo misma, yo mismo. Aquí he de considerar con absoluta lealtad tanto
mi capacidad de tipo intelectual (¡son tan variadas y diversas las facultades
con que se teje nuestra valía personal…!) para estudios de rango académico,
como mi interés, mi adhesión personal al tema.
Sobre este
encuentro último de “Los Profetas y Yo” queremos hacer algunas consideraciones
finales. El fruto del curso podemos verificarlo en la confrontación personal
con tres grandes tesis que pueden compendiar la Sabiduría vital del encuentro
con los Profetas.
Primera tesis.
No se comprende a los Profetas sino en tanto en cuanto vemos en ellos la
presencia palpitante de Dios en la “historia salutis” con su pueblo.
Es del todo
punto necesario entrar en los Profetas con un armazón intelectual, que da razón
de estos puntos:
1)
En
qué tiempo ocurre esta “profecía”.
2)
En
qué tiempo fue redactada esta profecía.
3)
Qué
tipo literario representa esta profecía.
4)
Cómo
puede desentrañarse este libro atribuido a un determinado Profeta (Isaías, por
ejemplo) y qué factores histórico-literarios pueden explicar – al menos por vía
de hipótesis – el texto complejo que yo tengo delante.
Todo esto son procesos
previos a la comprensión interna, real, palpitante de la profecía que radicalmente
es un evento divino con tres implicaciones:
1)
Dios. ¿Quién es este Dios de la Alianza que se está manifestando con
ira…, con pasión…, con ternura…?
2)
El
Profeta. ¿Quién es este profeta que funde
en sí vida y mensaje, pues es él el que está transmitiendo el acontecimiento de
la Palabra? La Profecía no es Filosofía, no es Teología, no es Sabiduría; no es
tampoco Ley. Es pura y simplemente Profecía, es un acontecimiento de
encarnación de Dios en al historia en la realidad concreta de Profeta y Pueblo.
3)
El
Pueblo. El término de la Profecía es el
Pueblo, y con el pueblo las naciones y la misma Creación. Todo lo real entra en
la vorágine de la Palabra que juzga, que sana, que abre a una presencia y a un
futuro. Si Dios habla, el mundo entero entra en conmoción. Cosa sorprendente:
el mundo de la profecía abarca como escenario el mundo universos que Dios ha creado;
el mundo entero queda ante la presencia de Dios, como en al escatología.
Segunda tesis.
La profecía, como acontecimiento de encarnación, de revelación y de gracia, es
el portal de la Profecía que Dios está dando al mundo por su Hijo
1)
Es
evidente que la Historia de salvación, cuyo paradigma está en la Escritura, no
ha concluido, sino que está en acción hasta que sea consumada con el último
elegido.
2)
Es,
pues, obvio que Dios, que entregó su última Palabra al mundo a través de su
hijo amado, sigue actualizando esta Palabra a través de la Profecía. El
destinatario de la Profecía es la Iglesia y a través de ella el mundo entero.
En el Antiguo Testamento el sustento de la Profecía era la Alianza; en el Nuevo
es el Misterio pascual verificado en Jesucristo. Toda profecía arranca de él y
torna a él.
3)
Es
necesario contemplar como, si bien es cierto que Jesús rebasa todo paradigma en
el que pueda ser incluido, externamente el Profeta es al figura que mejor se la
adecúa. Profeta que denuncia y anuncia desde la soberanía de Dios. La pretendida
Profecía de una cierta corriente fácil de detectarse adolece, en especial, de
dos miserias, que la invalidan:
- que al denuncia no puede cifrarse
solo en la opresión de los pobres, víctimas de un orden social, estructural,
injusto;
- que la soberanía absoluta de Dios,
presente en todo acto de la Historia, es la medida de todo juicio profético.
4)
Estamos,
pues, inmersos en la Profecía, alma de la Historia. Ignoramos los caminos de la
Historia; nadie puede predecir lo que se va gestando en este momento en la
confrontación entre Islam y Cristianismo, Idolatría (increencia, ateísmo,
secularización) y Fe, que parecen ser los ejes que hoy sustentan la gravitación
del Mundo. La actitud profética de la Comunidad de Jesús ha de ser la escucha:
“No, nada hace el Señor Yahvé sin revelar su secreto a sus siervos los
profetas” (Am 3,7).
Tercera tesis.
Acaso yo mismo, yo misma, que implicado en la Profecía como acontecimiento que
acompaña a la Iglesia hasta la vuelta del Señor y haya sido yo constitutivo
como profeta de su amor
1)
En
el Bautismo yo he sido signado como Profeta. Ser profeta es algo constitutivo a
mi ser. Este profetismo no es un “sobreañadido” a la misión misma de la
Iglesia.
2)
La
percepción y la actuación de este ser profeta en la Iglesia es una vivencia de
orden de fe: la fe tiene un carácter místico, o simplemente oracional.
3)
En
suma, yo no puedo leer objetivamente a los profetas y reencontrarme en mi
vocación profética, sino en fe y en oración.
4)
Acaso
entonces encuentre yo mi vocación profética, que cantamos a diario en el
Benedictus: “y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo” (et tu, puer,
propheta Altissimi vocaberis). La existencia misma, como existencia “en Cristo”,
es profecía.
Para este enfoque vital de los profetas trasladamos aquí la
introducción a su obra Los Profetas (1962), versión ampliada de lo que
en 1936 fue su primera obra, La Profecía.
ABRAHAM
J. HESCHEL
LOS
PROFETAS I. EL HOMBRE Y SU VOCACION Supervisión de Marshall T. Meyer. Editorial
Paidós, Buenso Aires.
INTRODUCCIÓN
Este libro trata sobre algunas de las personas más perturbadoras
que jamás hayan existido: los hombres cuya inspiración dio origen a la Biblia;
los hombres cuya imagen es nuestro refugio ante la angustia, y cuya voz y
visión sustenta nuestra fe. El significado de los Profetas de Israel está no
sólo en lo que dijeron sino también en lo que fueron. A menos que tengamos
cierto grado de conocimiento sobre lo que les ocurrió no podremos entender
completamente lo que quisieron lograr. No conocemos enteramente las vicisitudes
que pasaron durante sus vidas, y por lo tanto no podemos hacerlos objeto de un
análisis científico. Sólo conocemos esas vicisitudes en la medida en que fueron
preservadas por las palabras.
Mi propósito, por lo tanto, es el de lograr un entendimiento del
profeta por medio de un análisis y una descripción de su conciencia, para
relatar lo que ocurrió en su vida —al enfrentar al hombre, al ser enfrentado
por Dios— tal como se ve reflejado y afirmado en su mente. Por conciencia, en
otras palabras, entiendo aquí no sólo la percepción de ciertos momentos de
inspiración particulares sino también la totalidad de impresiones, pensamientos
y sentimientos que hacen a la existencia del profeta.
Al insistir en la naturaleza absolutamente objetiva y sobrenatural
de la profecía, la teología dogmática dejó a un lado la parte que le
corresponde al profeta en el acto profético. Al destacar la revelación, ignoró
la respuesta; al aislar la inspiración, perdió de vista la situación humana. En
contraste con lo que podría denominarse "panteología", los psicólogos
trataron de deducir la profecía íntegramente de la vida interior de los
profetas. Al reducirlo a un fenómeno personal subjetivo, hicieron caso omiso
del conocimiento que tenía el profeta de su confrontación con hechos no
derivados de su propia mente.
De la comprensión de que dan prueba las palabras de los profetas
sobre una situación que desafía tanto a la panteología como a la panpsicológía
debe surgir un rechazo de ambos extremos. Un análisis cuidadoso nos muestra que
esta situación está compuesta de revelación y respuesta, de receptividad y
espontaneidad, de acontecimiento y experiencia En consecuencia, sostengo que
las marcas del elemento personal deben delinearse no fuera del acto del profeta
sino dentro de él.
El profeta es una persona, no un micrófono. Está dotado de una
misión, del poder de una palabra —que no es la suya—, que da razón a su
grandeza, pero también tiene un temperamento, preocupaciones, carácter e
individualidad. Así como no hubo resistencia al impacto de la inspiración
divina, tampoco la hubo, a veces, al vórtice del propio temperamento. La
palabra de Dios reverberó en la voz del hombre. La misión del profeta es
comunicar una visión divina; no obstante, como persona, él es un punto de vista. Habla desde la perspectiva de Dios tal
como la percibe desde la perspectiva de su propia situación. Debemos tratar de
entender no sólo las visiones que explicó, sino también las actitudes que
encarnó: su propia situación, sentimiento, respuesta; no sólo lo que dijo sino
también 10 que vivió; lo privado, la dimensión íntima de la palabra, el lado
subjetivo del mensaje.
Podemos trazar similitudes y paralelos entre los profetas de Israel
y personalidades de otros lugares, pues la religión de los hebreos compartió
mucho, por cierto, con otras religiones semitas. Por lo tanto, es importante
compararlos con otros tipos de hombres de la antigüedad que tuvieron
pretensiones similares. Sin embargo, la pregunta más difícil es: ¿Cuáles son
los rasgos que distinguieron a los profetas de Israel? ¿Qué constituye su singularidad?
El profeta no es sólo un profeta. Es también un poeta, un predicador, un
patriota, un estadista, un crítico social, un moralista. Ha existido una
tendencia a ver la esencia y el significado primordial de la profecía en el
despliegue de uno u otro de estos aspectos. No obstante, ésta es una falsa
interpretación de la naturaleza intrínseca de la profecía. El primer objetivo
de nuestra investigación no debe ser ver al profeta como un ejemplo de una especie,
sino más bien determinar tanto las características que lo diferencian como las
que comparte con otros. Para encontrarlo verdaderamente como profeta la mente
debe desprenderse de ciertos hábitos de investigación; deben evitarse las
trampas o señuelos de moldes convencionales. La manera más segura de no lograr
el objetivo buscado es partir de la certeza preconcebida de ser capaz de
explicarlo. Explicar al profeta en términos de un esmerado conjunto de nociones
preconcebidas sería poner la carreta delante de los caballos. La explicación,
cuando se la considera como la única meta de la investigación, se convierte en
sustituto de la comprensión. Imperceptiblemente pasa a ser el comienzo y no el
fin de la percepción.
El prejuicio que tantos estudiosos comparten y que puede definirse
como un principio —a saber, que nada debe tomarse como dato a menos que se lo
pueda calificar a priori como pasible de explicación—, aparte de ser
presuntuoso y problemático, obstruye la visión de gran parte de la realidad y
afecta seriamente nuestro poder de lograr una comprensión clara de lo que
enfrentamos. Limitando la atención a lo que aparece en las fuentes literarias,
a saber, los libros proféticos, he tratado de penetrar en las mentes de los
profetas y de entender los momentos decisivos de sus vidas desde esa
perspectiva[1].
En este estudio no intento formular juicios sobre la verdad de su pretensión de
haber recibido la revelación, ni pretendo resolver los enigmas de la profecía
mediante explicaciones psicológicas o sociológicas; ni siquiera trato de
averiguar las condiciones de su posibilidad o sugerir medios para su
verificación. Mi propósito ha sido aclarar lo que los profetas se atribuían; no
explicar su conciencia de sí mismos, sino entenderla. Al quitar el velo a los
rasgos decisivos de su conciencia puede ponerse de manifiesto la estructura
esencial de experiencia, tal como se refleja en esa conciencia.
Me propuse lograr un entendimiento de lo que significa pensar,
sentir, reaccionar y actuar como profeta. No intenté ir más allá de su
conciencia para explorar lo subconsciente o llegar hasta los condicionamientos
o experiencias antecedentes dentro de la vida interior del individuo. Una
conjetura sobre lo que está más allá y debajo del umbral de la conciencia del
profeta nunca puede ser un sustituto de la comprensión de lo que se manifiesta
en la conciencia. Tampoco es posible confirmar lo que él afirma. Podemos llegar
a cierto conocimiento de lo que hizo vibrar al profeta como profeta, de las
ideas por las cuales fue sacudido en ciertos momentos, pero no es posible
probar las realidades ni acontecimientos que precedieron a esos momentos. Por
lo tanto, nuestra investigación no está orientada hacia los motivos
psicológicos que se hallan en los antecedentes preproféticos de la vida del
profeta, sino a motivos que se dan conscientemente, si bien no se formulan de
manera explícita, y que constituyen, o al menos reflejan, las categorías
decisivas o las formas estructurales del pensamiento profético.
El método que empleé en mi investigación para lograr tal
comprensión fue el de la reflexión pura. La observación, la inspección, el
enfrentar el problema y experimentar con él, el abarcar el material que
examinamos, nos introducen en la realidad del
fenómeno y afinan nuestra capacidad para formular preguntas‑ que‑ nos
lleven a descubrir su singularidad. En realidad, aprender cuáles son las
preguntas que no se deben hacer y cuáles las cuestiones que no deben tomarse en
consideración requiere mucho más esfuerzo. Tanto los hábitos de la visión como
los concomitantes mentales de la visión perjudican nuestra perspectiva. Nuestra
visión está obnubilada por el conocimiento, y no sentimos dolorosamente la
falta de conocimiento de lo que vemos. El principio que debemos tener presente
es conocer lo que vemos y no ver lo que conocemos. En vez de culpar a las cosas
por ser oscuras, deberíamos culparnos a nosotros mismos por ser prejuiciosos y
prisioneros de una reiteración autoimpuesta. Es necesario deshacerse de muchos
clisés para poder contemplar una única imagen. La comprensión profunda (insight)
es el comienzo de percepción futura más que la prolongación de percepciones
pasadas. La visión (seeing) convencional, al operar, como lo hace,
mediante pautas y coherencias, es una forma de ver el presente en tiempo
pasado. La comprensión es un intento de pensar en el presente.
La comprensión es una forma de irrupción que requiere mucho
desmantelamiento y dislocación intelectual. Comienza por una intromisión
intelectua,l por el cultivo de un sentimiento para lo no familiar, para lo que
no tiene paralelo, para lo increíble. Mediante el entrar en relación afectiva
con un fenómeno; mediante el estar íntimamente comprometido con él y hacerle la
corte, por así decirlo, es como, después de mucha perplejidad y desorientación,
llegamos a la comprensión profunda, a un modo de ver el fenómeno desde adentro.
La comprensión se acompaña de una sensación de sorpresa. Aquello que estaba
cubierto ‑ se descubre súbitamente Asegura una percepción genuina: la de volver
a ver. Quien piensa que podemos ver el mismo objeto dos veces, no ha visto
nunca. Paradójicamente, comprensión es conocimiento a primera vista.
Tal investigación debe dejar a un lado las creencias personales y
aun todo intento de investigación, por ejemplo, si el hecho sucedió en realidad
como lo vio en su mente. Yo sostengo que, haciendo caso omiso del hecho de que
su experiencia haya sido real, es posible analizar el contenido y la forma de
esa experiencia. El proceso y resultado de tal investigación representan la
parte esencial de este libro, tal como fue escrita hace ya varios años[2]Si
bien todavía mantengo la solidez del método descripto, que en sus aspectos
importantes refleja el método fenomenológico, hace ya mucho tiempo que me he
curado de la pretensión de imparcialidad, que es en sí misma una forma de ser
parcial. La existencia del profeta es importante o no lo es. Si no es
importante, no puedo sentirme verdaderamente afectado por ella; si es
importante, entonces mi imparcialidad es sólo un pretexto. La reflexión puede
conseguir aislar un objeto; en sí misma no puede aislarse. La reflexión es
parte de una situación.
La situación de una persona inmersa en las palabras de los profetas
es la de un ser expuesto a que su indiferencia se vea incesantemente sacudida;
para permanecer silencioso ante tales golpes sería necesario estar hecho de
piedra.
Yo no puedo permanecer indiferente al interrogante de si una
decisión que he tomado puede resultar fatal para mi existencia, si debo aspirar
la próxima bocanada de aire para sobrevivir o no. Quizá sea éste el problema
que atemorizó a los profetas. Un pueblo puede estar muriéndose sin darse
cuenta; un pueblo tiene la posibilidad de sobrevivir, y no obstante rehúsa
hacer uso de sus capacidades. Para comprender el ser de un fenómeno es importante
suspender el juicio y pensar con desprendimiento; para comprender el
significado de los fenómenos hay que suspender la indiferencia y comprometerse.
Para examinar la esencia de los fenómenos se requiere un proceso de reflexión.
Pero ésta abre un abismo entre el fenómeno y nosotros. Si los reducimos a
exánimes objetos de la mente, los privamos del poder de afectarnos, de que nos
hablen, de que trasciendan nuestras actitudes y nuestras concepciones.
Si bien la estructura y el mero contenido de la conciencia
profética pueden ser accesibles mediante una actitud de reflexión pura, en la
cual se interrumpe la preocupación por su verdad y validez, la fuerza cabal de
lo que se revela en tal reflexión corroe silenciosamente la rigidez del
autodistanciamiento. La magia del proceso parece ser más poderosa que el
ascetismo del intelecto. Por lo tanto, al escuchar las palabras de los profetas
no se puede mantener la seguridad de un observador prudente e imparcial. Ellos no hacen reflexiones sobre
ideas en general. Sus palabras son ataques furiosos que destrozan la ilusión de
falsa seguridad, desafían evasiones, hacen un llamado a la fe, ponen en tela de
juicio la prudencia y la imparcialidad. Alguien puede sentir tanto temor de
someterse a sus extrañas certezas como de resistir a sus tremendas pretensiones
por incredulidad o impotencia de espíritu. El reflexionar sobre los profetas
lleva a la comunión con ellos.
La pura reflexión puede ser suficiente para aclarar lo que la
conciencia del profeta asevera, pero no para lo que su existencia implica. Para
tal entendimiento no basta con tener a los profetas en la mente; debemos pensar
como si nosotros estuviésemos dentro de sus mentes. Para que ellos estén
presentes y vivientes para nosotros, debemos pensar no acerca de, sino en los
profetas, con sus inquietudes y su corazón. Su existencia nos concierne. A menos
que sus inquietudes nos golpeen, nos lastimen, nos exalten, no las sentiremos.
Tal compromiso requiere acuerdo, receptividad, audición, entrega total a su
impacto. Entre sus recompensas intelectuales se incluyen momentos en que la
mente, por así decirlo, se desprende del pellejo de su ignorancia. El
pensamiento es como el tacto, comprende al ser comprendido. Al indagar la
conciencia del profeta no sólo nos interesamos por su vida interior, en
emociones y reflexiones como tales. Estamos interesados en restaurar el mundo
al que pertenecieron: aterrados en su absurdo y en el desafío a su Hacedor,
tambaleante al borde del desastre, con la voz de Dios implorando al hombre que
vuelva a Él. Lo que provoca la consternación del profeta no es un mundo falto
de sentido, sino un mundo sordo al sentido. Y sin embargo la consternación no
es más que un preludio. Siempre comienza con un mensaje de desastre y concluye
con otro de esperanza y redención. ¿Significa esto que ninguna perversidad del
hombre puede prevalecer sobre el amor de Dios todopoderoso? ¿Significa esto que
Su apacibilidad es más poderosa que todos los crímenes humanos, que Su deseo de
paz es más fuerte que la pasión del hombre por la violencia?
La profecía no es simplemente la aplicación de normas ‑ eternas -.
a la situación humana particular, sino más bien una interpretación de un
momento especial de la historia, un entendimiento divino de la situación
humana. La profecía, entonces, puede definirse como la exégesis de la
existencia desde una perspectiva divina. Entender la profecía es entender
un entendimiento más que entender un conocimiento; es una exégesis de una
exégesis. Implica compartir la perspectiva desde la cual se hace el
entendimiento original. Interpretar la profecía desde cualquier otra perspectiva
—tal como lo hacen la sociología o la psicología— es como interpretar la poesía
desde el punto de vista de los intereses económicos del poeta. El espíritu de
tal exégesis hace que resulte incongruente para nuestra investigación tomar
refugio en la pregunta personal (pero, no obstante, vital) : ¿Qué significan
para nosotros los profetas? La única manera sensata de formularse esta pregunta
personal es ser guiado por otra pregunta, aun más audaz: ¿Qué significan los
profetas para Dios? A menos que esta pregunta tenga significado, todas las de
más son absurdas, pues la profecía es una farsa a menos que se la experimente
como la palabra de Dios que desciende sobre el hombre y lo convierte en un
profeta.
La exégesis adecuada es el esfuerzo para entender al filósofo en
términos y categorías de la filosofía, al poeta en términos y categorías de la
poesía, al profeta en términos y categorías de la profecía. La profecía es una
forma de pensar y una forma de vivir. El éxito de nuestra investigación depende
de que se entiendan correctamente los términos y categorías del pensamiento
profético.
Para redescubrir algunos de estos términos y categorías se requiere
un estudio cuidadoso de los tipos de preguntas que el profeta formula, y la
clase de premisas sobre Dios, el mundo y el hombre que tomó como dadas. En
realidad, el resultado más importante de la investigación fue para mí descubrir
la importancia intelectual de los profetas.
¿Qué es lo que me condujo a estudiar a los profetas? En el ambiente
académico en el cual pasé mis años de estudiante, la filosofía había llegado a
ser una entidad aislada, autoinherente, autoindulgente, una Ding an sich
que estimulaba la sospecha en lugar del amor a la sabiduría. Las respuestas que
se ofrecían no se relacionaban con las preguntas, eran indiferentes al afán del
individuo que comprendía la sensibilidad en suspenso del hombre frente a
desafíos tremendos; indiferentes a una situación en la que el bien y el mal no
estaban en juego, en la cual el hombre se hacía cada vez más insensible a la
catástrofe y se preparaba cada vez más para anular el principio de verdad. Poco
a poco me fui dando cuenta de que
algunos de los términos, motivaciones y preocupaciones que dominan nuestro
pensamiento pueden llegar a destruir las raíces de la responsabilidad humana y
a traicionar el fundamento último de la solidaridad El desafío al que todos
estamos expuestos y la terrible vergüenza que hace añicos nuestra capacidad de
paz interna, desafían las formas y moldes de nuestro pensamiento. Uno se ve
obligado a admitir que algunas de las causas y motivos de nuestro pensamiento
llevaron nuestra vida por el mal camino, que la prosperidad especulativa no es
una respuesta a la bancarrota espiritual. Lo que me condujo al estudio del
pensamiento de los profetas fue darme cuenta de que el dinero adecuado no se
podía conseguir en la moneda corriente.
Cada mente opera tanto con presuposiciones y premisas como dentro
de una forma particular de pensamiento. Frente al trágico fracaso de la mente
moderna, incapaz de evitar su propia destrucción, se me hizo claro que el
problema filosófico más importante del siglo xx era encontrar un nuevo conjunto
de presuposiciones o premisas, una forma distinta de pensar.
He tratado de dilucidar algunas de las presuposiciones que forman
la raíz de la teología profética, las actitudes fundamentales de la religión
profética, y de llamar a la atención sobre la forma en que difieren de ciertas
presuposiciones y actitudes que prevalecen en otros sistemas de teología y
religión. Al destacar la importancia del pathos, un término que gana
importancia en el curso de mi exposición, he tratado de no perder de vista al ethos
y al logos en sus enseñanzas.
Dejando a un
lado las circunstancias derivadas y subordinadas y enfocando la atención sobre
los motivos fundamentales que dan coherencia y unidad integral a la
personalidad profética, he distinguido en la conciencia del profeta entre lo
que le ocurrió a él y lo que aconteció en él – entre lo trascendente y lo
espontáneo – así como también entre contenido y forma. Nuestro análisis ha
revelado que la estructura de la conciencia profética consiste, en el nivel trascendente,
en pathos (contenido de la inspiración) y evento (forma), y en el nivel
personal, en simpatía (contenido de la experiencia interna) y la sensación de
ser dominado por una fuerza superior (forma de la experiencia interna). El
profeta fue un individuo que dijo no a su sociedad, condenando sus hábitos y
suposiciones, su complacencia, indocilidad y sincretismo. A menudo se vio
impelido a proclamar lo opuesto a lo que ansiaba su corazón. Su objetivo
fundamental era reconciliar al hombre con Dios. ¿Por qué necesitan ambos la
reconciliación? Quizá se deba al falso sentido de soberanía del hombre, a su
abuso de la libertad, a su orgullo agresivo, que no tolera la participación de
Dios en la historia. La profecía ha cesado; los profetas perduran y sólo se los
puede ignorar con riesgo de nuestra propia desesperación. Nos corresponde a
nosotros decidir si la libertad es autoaserción o respuesta a una demanda; si
la situación final es de conflicto o de inquietud.
Abraham J. Heschel
Jewish
Theological Seminary Nueva York Agosto, 1962
Una amplia biografía de Abraham J. Heschel (1907-1972) fue escrita por su
hija Dr. Susannah Heschel, como introducción al libro de su padre “Moral
grandeur and spiritual audacy” (Se puede acceder a través de Abraham Joshua
Heschel Wikipedia, en nota). Allí cuenta vivencias tan conmovedoras como el encuentro
con el Papa Pablo VI:
“In 1971, my father traveled through Italy
on a lecture tour, accompanied by my mother. A private audience with Pope Paul
VI was arranged for them in Rome on March 17. Describing the visit afterward in
a private memoir, my father said how pleased he was that the Pope had seen his
writings as a help to Catholics to strengthen their faith:
When the
Pope saw me he smiled joyously, with a radiant face, shook my hand cordially
with both his hands--he did so several times during the audience. He opened the
conversation by telling me that he is reading my books, that my books are very spiritual
and very beautiful, and that Catholics should read my books. He expressed his
blessing that I may continue to write more books. He then added that he knows
of the great impact my books are having upon young people, which he
particularly appreciates”.
[1] La destrucción
de Jerusalén en 587 marca el fin de la era clásica en la historia de la
profecía, y el entendimiento de las figuras proféticas que surgieron durante el
exilio crea problemas de un tipo especial. Este libro trata de los profetas
literarios o clásicos de los siglos VIII
y VII a.e.c. Sólo hay menciones ocasionales de los otros profetas, con la
excepción de Deuteroisaías, cuyo mensaje ilumina muchos de los enigmas
existentes en las palabras e intenciones de sus predecesores.
[2]
Die Prophetie, publicado por
la Academia Polaca de Ciencias, Cracovia, 1936 y por Erich Reiss, Berlín, 1936.
Para más detalles sobre el método empleado, véase el prefacio a esa obra, págs.
1‑6, así como también la discusión a lo largo de este libro.