miércoles, 28 de octubre de 2015

8. Isaías, gloria de la Profecía

Isaías, gloria de la Profecía


Visión vocacional de Isaías: 6,1-13


Exégesis de Is 6,1-13

Como soporte de nuestro estudio, he aquí al exégesis que tomamos de comentario conciso, crítico y teológico, obra de verdaderos especialistas (del área americana) COMENTARIO BÍBLICO «SAN JERÓNIMO», dirigido por RAYMOND E. BROWN, SS (Union Theological Seminary, Nueva York) – JOSEPH A. FITZMYER, SJ (Fordham University, Nueva York) - ROLAND E. MURPHY, O. CARM. (Duke University, Durham, N. C) - Presentación de Su Eminencia, AGUSTÍN CARD BEA, SJ. Tomo I. Ediciones Cristiandad, Madrid 1971. - Isaías 1-39 Fredenck L Monarty, sj

 Visión inaugural (6,1-13). Lo normal sería encontrarnos con este capítulo al comienzo de la profecía. Posiblemente sólo se consignará por escrito después que se hubieron cumplido las amenazas de los versículos finales. Actualmente sirve como un majestuoso prólogo al Libro del Emmanuel (7,1-12,6). Lo que aquí nos relata Isaías acerca de su impresionante encuentro con el Santo es esencial para comprender toda su vida y su mensaje.

1. La muerte de Ozías en 742, después de un reinado que se prolongó durante más de cuarenta años, significó el final de una época marcada por la prosperidad y una gran seguridad. Quizá sea intencionado el contraste entre la condición mortal del hombre y la gloria eterna del Dios trascendente.
2. unos serafines se mantenían por encima de él: La escena se desarrolla en el templo de Jerusalén, probablemente en un día de gran fiesta. Los seres semihumanos dotados de seis alas aparecen con frecuencia en obras de arte del antiguo Oriente (VBW 3, 27).
3. La santidad de Dios es tema central en Isaías, quien muchas veces se refiere a él llamándole «el Santo de Israel»; la triple repetición expresa el superlativo: Dios es el absolutamente santo. La santidad es la cualidad esencial de Dios. La amplia gama significativa del término índica su alteridad, total trascendencia, radical separación de todo lo que es pecaminoso o simplemente limitado. La «gloria» de Dios es la irradiación de su santidad sobre el mundo. Se discute el sentido del título «Dios de las Huestes» (Yahvé Sebaot). «El crea los ejércitos [de Israel]» parece cuadrar mejor con los datos de que disponemos. Con toda verosimilitud, la expresión formaba parte del nombre sagrado que se daba al arca que acompañaba a Israel en la batalla. Dios como guerrero es una idea sumamente importante a lo largo de todo el AT (cf. D. N. Freedman, JBL 79 [1960], 156; R. Abba, JBL 80 [1961], 320-28).
4. y la casa estaba llena de humo: Signo de la presencia divina, el humo equivale a la nube de gloria que llenaba el tabernáculo durante la estancia en el desierto (Ex 40,34). Velaba a la vez que revelaba aquella presencia.
5. ¡ay de mí; estoy condenado'.: ¿Podrá un hombre ver a Dios y seguir viviendo (Ex 33,20)? Isaías se sintió abrumado por el sentimiento de la propia indignidad, tanto más cuanto que pertenecía a un pueblo pecador. Todo el pasaje obtiene su fuerza de la inalterable oposición entre Dios y el pecado.
7. tocó mi boca con él: El simbólico acto de purificación se realiza por iniciativa de Dios, no del hombre.
8. ¿a quién enviaré? ¿quién irá por nosotros?: Con imágenes tomadas de las asambleas celestes según las antiguas religiones, que nos son conocidas especialmente a través de la literatura ugarítica, los hebreos concebían a Yahvé entronizado sobre el firmamento y rodeado de una corte formada por sus consejeros celestes. Estos últimos ya no son dioses, sino ángeles o «hijos de Dios». En esta escena, los serafines forman parte de la asamblea que es consultada acerca de los decretos concernientes al gobierno del mundo. Pero su función no es intervenir en las decisiones, sino adorar. Es Yahvé quien toma la determinación última y decisiva. El empleo de esta imagen es un buen ejemplo de cómo los hebreos eran capaces de tomar imágenes religiosas de sus vecinos, pero cambiándolas radicalmente según las exigencias de su monoteísmo (cf. R. E. Brown, CBQ 20 [1958], 418-20).
Escuchad atentamente, pero no entenderéis: Las palabras de Isaías sólo servirán para endurecer sus voluntades obstinadas. Yahvé prevé este endurecimiento, aunque no lo desea directamente. A partir de este momento, Isaías, al igual que Pablo (1 Cor 2,6-8), se enfrentará y confundirá a los defensores de la sabiduría tradicional esgrimiendo otra sabiduría aprendida de Dios (R. Martin-Achard, Maqqel Shaqedh [Hom. W. Vischer; 1960], 137-44).
10. Los dos primeros verbos del versículo van en imperativo, usado aquí idiomáticamente para expresar una certidumbre del futuro. La cláusula final negativa que sigue a estos imperativos expresa las consecuencias de la predicación de Isaías.
11. ¿hasta cuándo, Señor?: En la pregunta hay un deje de protesta, al mismo tiempo que constituye una manifestación de esperanza en que la obcecación de Israel, quizá gracias a la actividad del profeta, no será ni definitiva ni completa. Cf. una nota semejante de protesta en Jr 4,14 y Sal 74,10. La respuesta afirma que aquella situación terminará cuando a tierra se halle vacía y desolada. 13. aunque quede allí una décima parte: Hasta el «diezmo», un pequeño resto, habrá de enfrentarse a un juicio purificador. como con un terebinto: La segunda parte del versículo es oscura, pero sobre la base de lQIsa y los conocimientos que actualmente poseemos acerca de la ortografía preexílica, W. F. Albright traduce la última parte de este versículo como sigue:

Como la diosa del terebinto y la encina de Aserá,
arrojado fuera con las estelas del lugar alto.

Las estelas conmemorativas de los difuntos y los árboles sagrados de una diosa eran elementos habituales con que se equipaba todo bámá o santuario fúnebre, que solía estar emplazado en una altura. Estos «lugares altos» (en hebreo, bámót) eran utilizados para prácticas cultuales tanto por los cananeos como por los hebreos. La destrucción y profanación de estos centros de culto debió de ser un incidente muy común en los tiempos turbulentos del profeta Isaías. Caída y reforma se sucedían rápidamente. Así se explica que estos actos iconoclastas constituyan una buena imagen para describir las tribulaciones superviviente (cf. W. F. Albright, VTSup 4 [1957], 254-55; S. Iwry, JBL76 [1957], 225-232).

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Desde este sólido apoyo uno puede continuar su exégesis personal.
Iniciábamos nuestra exégesis confrontando la visión de Isaías con la visión de Saulo, camino de Damasco. El encuentro con Cristo glorioso fue el origen de toda su teología. Allí lo vio todo; allí vio que el Antiguo Testamento era el nacimiento del Nuevo, de la historia definitiva de Dios.
El Evangelio de Juan reinterpretará la visión de Isaías: “Isaías dijo esto porque vio su gloria y habló de él” (Jn 12,41).
Y hubo también un humilde cristiano, Francisco de Asís, que también vio la gloria de Dios en un crucificado alado:
Visión de un hombre en figura de serafín crucificado. 94. Durante su permanencia en el eremitorio que, por el lugar en que está, toma el nombre de Alverna (5), dos años antes de partir para el cielo tuvo Francisco una visión de Dios (6): vio a un hombre que estaba sobre él; tenía seis alas, las manos extendidas y los pies juntos, y aparecía clavado en una cruz. Dos alas se alzaban sobre su cabeza, otras dos se desplegaban para volar, y con las otras dos cubría todo su cuerpo (7). Ante esta contemplación, el bienaventurado siervo del Altísimo permanecía absorto en admiración, pero sin llegar a descifrar el significado de la visión. Se sentía envuelto en la mirada benigna y benévola de aquel serafín de inestimable belleza; esto le producía un gozo inmenso y una alegría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión. Se levantó, por así decirlo, triste y alegre a un tiempo, alternándose en él sentimientos de fruición y pesadumbre. Cavilaba con interés sobre el alcance de la visión, y su espíritu estaba muy acongojado, queriendo averiguar su sentido. Mas, no sacando nada en claro y cuando su corazón se sentía más preocupado por la novedad de la visión, comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los clavos, al modo que poco antes los había visto en el hombre crucificado que estaba sobre sí” (1 Celano, 94).
El texto del mensaje de la misión ha de repercutir en la explicación de las parábolas (Mc 4,10-12 y par.). Pero, viendo todo el mensaje isaiano, de ninguna manera podemos restringir su mensaje a la amenaza que se resalta en este texto.



Excursus: la visión como encuentro, transformación y conocimiento

El próximo 7 de octubre, en el Sínodo de la Nueva Evangelización recibirán el título de Doctor y Doctora de la Iglesia San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen.
La gigantesca figura de esta monja benedictina. Hildegarda de Bingen (1098-1179) ha sido puesta a la luz en estos últimos decenios, especialmente a raíz de estudios y celebraciones que suscitó la celebración del IX centenario de su nacimiento (1998).
Benedicto XVI tuvo una serie de catequesis o semblanzas de grandes santas de la Edad Media, comenzando el 1 de septiembre de 2010 (También en aquellos siglos de la historia que habitualmente llamamos Edad Media, muchas figuras femeninas destacaron por su santidad de vida y por la riqueza de su enseñanza. Hoy quiero comenzar a presentaros a una de ellas: santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII. Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim, cerca de Alzey, y murió en 1179, a la edad de 81 años, pese a la continua fragilidad de su salud). Transcribimos la alocución del miércoles siguiente, 8 septiembre 2010, en la que nos dio la imagen espiritual de esta santa, hablándonos de la realidad de sus visiones.
Es un punto de referencia para acercarnos a lo que pudo ser la visión de Isaías. Notemos que la primera Palabra del libro de Isaías es: “Visión que tuvo Isaías, hijo de Amós…”

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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero retomar y continuar la reflexión sobre santa Hildegarda de Bingen, importante figura femenina de la Edad Media, que se distinguió por sabiduría espiritual y santidad de vida. Las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de los profetas del Antiguo Testamento: expresándose con las categorías culturales y religiosas de su tiempo, interpretaba las Sagradas Escrituras a la luz de Dios, aplicándolas a las distintas circunstancias de la vida. Así, todos los que la escuchaban se sentían exhortados a practicar un estilo de vida cristiana coherente y comprometido. En una carta a san Bernardo, la mística renana confiesa: «La visión impregna todo mi ser: no veo con los ojos del cuerpo, sino que se me aparece en el espíritu de los misterios… Conozco el significado profundo de lo que está expuesto en el Salterio, en los Evangelios y en otros libros, que se me muestran en la visión. Esta arde como una llama en mi pecho y en mi alma, y me enseña a comprender profundamente el texto» (Epistolarium pars prima I-XC: CCCM 91).
Las visiones místicas de Hildegarda son ricas en contenidos teológicos. Hacen referencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, y usan un lenguaje principalmente poético y simbólico. Por ejemplo, en su obra más famosa, titulada Scivias, es decir, «Conoce los caminos», resume en treinta y cinco visiones los acontecimientos de la historia de la salvación, desde la creación del mundo hasta el fin de los tiempos. Con los rasgos característicos de la sensibilidad femenina, Hildegarda, precisamente en la sección central de su obra, desarrolla el tema del matrimonio místico entre Dios y la humanidad realizado en la Encarnación. En el árbol de la cruz se llevan a cabo las nupcias del Hijo de Dios con la Iglesia, su esposa, colmada de gracias y capaz de dar a Dios nuevos hijos, en el amor del Espíritu Santo (cf. Visio tertia: PL 197, 453c).
Ya por estas breves alusiones vemos cómo también la teología puede recibir una contribución peculiar de las mujeres, porque son capaces de hablar de Dios y de los misterios de la fe con su peculiar inteligencia y sensibilidad. Por eso, aliento a todas aquellas que desempeñan este servicio a llevarlo a cabo con un profundo espíritu eclesial, alimentando su reflexión con la oración y mirando a la gran riqueza, todavía en parte inexplorada, de la tradición mística medieval, sobre todo a la representada por modelos luminosos, como Hildegarda de Bingen.
La mística renana también es autora de otros escritos, dos de los cuales particularmente importantes porque refieren, como el Scivias, sus visiones místicas: son el Liber vitae meritorum (Libro de los méritos de la vida) y el Liber divinorum operum (Libro de las obras divinas), también denominado De operatione Dei. En el primero se describe una única y poderosa visión de Dios que vivifica el cosmos con su fuerza y con su luz. Hildegarda subraya la profunda relación entre el hombre y Dios, y nos recuerda que toda la creación, cuyo vértice es el hombre, recibe vida de la Trinidad. El escrito se centra en la relación entre virtudes y vicios, por lo que el ser humano debe afrontar diariamente el desafío de los vicios, que lo alejan en el camino hacia Dios, y las virtudes, que lo favorecen. La invitación es a alejarse del mal para glorificar a Dios y para entrar, después de una existencia virtuosa, en una vida «toda llena de alegría». En la segunda obra, que muchos consideran su obra maestra, describe también la creación en su relación con Dios y la centralidad del hombre, manifestando un fuerte cristocentrismo de sabor bíblico-patrístico. La santa, que presenta cinco visiones inspiradas en el prólogo del Evangelio de san Juan, refiere las palabras que el Hijo dirige al Padre: «Toda la obra que tú has querido y que me has confiado, yo la he llevado a buen fin; yo estoy en ti, y tú en mí, y somos uno» (Pars III, Visio X: PL 197, 1025a).
En otros escritos, por último, Hildegarda manifiesta la versatilidad de intereses y la vivacidad cultural de los monasterios femeninos de la Edad Media, contrariamente a los prejuicios que todavía pesan sobre aquella época. Hildegarda se ocupó de medicina y de ciencias naturales, así como de música, al estar dotada de talento artístico. Compuso también himnos, antífonas y cantos, recogidos bajo el título Symphonia Harmoniae Caelestium Revelationum (Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales), que se ejecutaban con gran alegría en sus monasterios, difundiendo un clima de serenidad, y que han llegado hasta nosotros. Para ella, toda la creación es una sinfonía del Espíritu Santo, que en sí mismo es alegría y júbilo.
La popularidad que rodeaba a Hildegarda impulsaba a muchas personas a interpelarla. Por este motivo, disponemos de numerosas cartas suyas. A ella se dirigían comunidades monásticas masculinas y femeninas, obispos y abades. Muchas respuestas siguen siendo válidas también para nosotros. Por ejemplo, a una comunidad religiosa femenina Hildegarda escribía así: «La vida espiritual debe cuidarse con gran esmero. Al inicio implica duro esfuerzo, pues exige la renuncia a los caprichos, al placer de la carne y a otras cosas semejantes. Pero si se deja fascinar por la santidad, un alma santa encontrará dulce y amoroso incluso el desprecio del mundo. Sólo es preciso prestar inteligentemente atención a que el alma no se marchite» (E. Gronau, Hildegard. Vita di una donna profetica alle origini dell’età moderna, Milán 1996, p. 402). Y cuando el emperador Federico Barbarroja causó un cisma eclesial oponiendo nada menos que tres antipapas al Papa legítimo Alejandro III, Hildegarda, inspirada en sus visiones, no dudó en recordarle que también él, el emperador, estaba sujeto al juicio de Dios. Con la audacia que caracteriza a todo profeta, ella escribió al emperador estas palabras de parte de Dios: «¡Ay de esta malvada conducta de los impíos que me desprecian! ¡Escucha, oh rey, si quieres vivir! De lo contrario, mi espada te traspasará» (ib., p. 412).
Con su autoridad espiritual, en los últimos años de su vida Hildegarda viajó, pese a su avanzada edad y a las condiciones difíciles de los desplazamientos, para hablar de Dios a la gente. Todos la escuchaban de buen grado, incluso cuando usaba un tono severo: la consideraban una mensajera enviada por Dios. Exhortaba sobre todo a las comunidades monásticas y al clero a una vida conforme a su vocación. En particular, Hildegarda contrastó el movimiento de los cátaros alemanes. Estos —cátaros literalmente significa «puros»— propugnaban una reforma radical de la Iglesia, sobre todo para combatir los abusos del clero. Ella les reprochó duramente que quisieran subvertir la naturaleza misma de la Iglesia, recordándoles que una verdadera renovación de la comunidad eclesial no se obtiene con el cambio de las estructuras, sino con un sincero espíritu de penitencia y un camino activo de conversión. Este es un mensaje que no deberíamos olvidar nunca. Invoquemos siempre al Espíritu Santo, a fin de que suscite en la Iglesia mujeres santas y valientes, como santa Hildegarda de Bingen, que, valorizando los dones recibidos de Dios, den su valiosa y peculiar contribución al crecimiento espiritual de nuestras comunidades y de la Iglesia en nuestro tiempo.


(Guadalajara, 13 septiembre 2012)

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