Isaías,
gloria de la Profecía
Visión vocacional
de Isaías: 6,1-13
Exégesis de Is 6,1-13
Como soporte de nuestro estudio, he aquí
al exégesis que tomamos de comentario conciso, crítico y teológico, obra de
verdaderos especialistas (del área americana) COMENTARIO BÍBLICO «SAN JERÓNIMO»,
dirigido por RAYMOND E. BROWN, SS (Union Theological Seminary, Nueva York) –
JOSEPH A. FITZMYER, SJ (Fordham University, Nueva York) - ROLAND E. MURPHY, O.
CARM. (Duke University, Durham, N. C) - Presentación de Su Eminencia, AGUSTÍN
CARD BEA, SJ. Tomo I. Ediciones Cristiandad, Madrid 1971. - Isaías 1-39 Fredenck
L Monarty, sj
Visión inaugural (6,1-13). Lo normal
sería encontrarnos con este capítulo al comienzo de la profecía. Posiblemente
sólo se consignará por escrito después que se hubieron cumplido las amenazas de
los versículos finales. Actualmente sirve como un majestuoso prólogo al Libro del
Emmanuel (7,1-12,6). Lo que aquí nos relata Isaías acerca de su impresionante
encuentro con el Santo es esencial para comprender toda su vida y su mensaje.
1.
La muerte de Ozías en 742, después
de un reinado que se prolongó durante más de cuarenta años, significó el final
de una época marcada por la prosperidad y una gran seguridad. Quizá sea
intencionado el contraste entre la condición mortal del hombre y la gloria
eterna del Dios trascendente.
2.
unos serafines se mantenían por encima
de él: La escena se desarrolla en el templo de Jerusalén, probablemente en
un día de gran fiesta. Los seres semihumanos dotados de seis alas aparecen con
frecuencia en obras de arte del antiguo Oriente (VBW 3, 27).
3.
La santidad de Dios es tema central en
Isaías, quien muchas veces se refiere a él llamándole «el Santo de Israel»;
la triple repetición expresa el superlativo: Dios es el absolutamente santo. La
santidad es la cualidad esencial de Dios. La amplia gama significativa del
término índica su alteridad, total trascendencia, radical separación de todo lo
que es pecaminoso o simplemente limitado. La «gloria» de Dios es la irradiación
de su santidad sobre el mundo. Se discute el sentido del título «Dios de las
Huestes» (Yahvé Sebaot). «El crea los ejércitos [de Israel]» parece cuadrar
mejor con los datos de que disponemos. Con toda verosimilitud, la expresión
formaba parte del nombre sagrado que se daba al arca que acompañaba a Israel en
la batalla. Dios como guerrero es una idea sumamente importante a lo largo de
todo el AT (cf. D. N. Freedman, JBL 79 [1960], 156; R. Abba, JBL 80 [1961],
320-28).
4.
y la casa estaba llena de humo: Signo
de la presencia divina, el humo equivale a la nube de gloria que llenaba el
tabernáculo durante la estancia en el desierto (Ex 40,34). Velaba a la vez que
revelaba aquella presencia.
5.
¡ay de mí; estoy condenado'.: ¿Podrá
un hombre ver a Dios y seguir viviendo (Ex 33,20)? Isaías se sintió abrumado
por el sentimiento de la propia indignidad, tanto más cuanto que pertenecía a
un pueblo pecador. Todo el pasaje obtiene su fuerza de la inalterable oposición
entre Dios y el pecado.
7.
tocó mi boca con él: El simbólico
acto de purificación se realiza por iniciativa de Dios, no del hombre.
8.
¿a quién enviaré? ¿quién irá por
nosotros?: Con imágenes tomadas de las asambleas celestes según las
antiguas religiones, que nos son conocidas especialmente a través de la
literatura ugarítica, los hebreos concebían a Yahvé entronizado sobre el
firmamento y rodeado de una corte formada por sus consejeros celestes. Estos
últimos ya no son dioses, sino ángeles o «hijos de Dios». En esta escena, los
serafines forman parte de la asamblea que es consultada acerca de los decretos
concernientes al gobierno del mundo. Pero su función no es intervenir en las
decisiones, sino adorar. Es Yahvé quien toma la determinación última y
decisiva. El empleo de esta imagen es un buen ejemplo de cómo los hebreos eran
capaces de tomar imágenes religiosas de sus vecinos, pero cambiándolas
radicalmente según las exigencias de su monoteísmo (cf. R. E. Brown, CBQ 20
[1958], 418-20).
Escuchad
atentamente, pero no entenderéis: Las palabras de Isaías sólo servirán
para endurecer sus voluntades obstinadas. Yahvé prevé este endurecimiento,
aunque no lo desea directamente. A partir de este momento, Isaías, al igual que
Pablo (1 Cor 2,6-8), se enfrentará y confundirá a los defensores de la
sabiduría tradicional esgrimiendo otra sabiduría aprendida de Dios (R.
Martin-Achard, Maqqel Shaqedh [Hom. W. Vischer; 1960], 137-44).
10.
Los dos primeros verbos del versículo
van en imperativo, usado aquí idiomáticamente para expresar una certidumbre
del futuro. La cláusula final negativa que sigue a estos imperativos expresa
las consecuencias de la predicación de Isaías.
11. ¿hasta
cuándo, Señor?: En la pregunta hay un deje de protesta, al mismo tiempo que
constituye una manifestación de esperanza en que la obcecación de Israel, quizá
gracias a la actividad del profeta, no será ni definitiva ni completa. Cf. una
nota semejante de protesta en Jr 4,14 y Sal 74,10. La respuesta afirma que
aquella situación terminará cuando a tierra se halle vacía y desolada. 13.
aunque quede allí una décima parte: Hasta el «diezmo», un pequeño resto, habrá
de enfrentarse a un juicio purificador. como con un terebinto: La segunda parte
del versículo es oscura, pero sobre la base de lQIsa y los conocimientos que
actualmente poseemos acerca de la ortografía preexílica, W. F. Albright traduce
la última parte de este versículo como sigue:
Como la diosa
del terebinto y la encina de Aserá,
arrojado fuera
con las estelas del lugar alto.
Las estelas conmemorativas de los
difuntos y los árboles sagrados de una diosa eran elementos habituales con que
se equipaba todo bámá o santuario
fúnebre, que solía estar emplazado en una altura. Estos «lugares altos» (en
hebreo, bámót) eran utilizados para
prácticas cultuales tanto por los cananeos como por los hebreos. La destrucción
y profanación de estos centros de culto debió de ser un incidente muy común en
los tiempos turbulentos del profeta Isaías. Caída y reforma se sucedían rápidamente.
Así se explica que estos actos iconoclastas constituyan una buena imagen para
describir las tribulaciones superviviente (cf. W. F. Albright, VTSup 4 [1957],
254-55; S. Iwry, JBL76 [1957], 225-232).
* * *
Desde este sólido apoyo uno puede
continuar su exégesis personal.
Iniciábamos nuestra exégesis
confrontando la visión de Isaías con la visión de Saulo, camino de Damasco. El
encuentro con Cristo glorioso fue el origen de toda su teología. Allí lo vio
todo; allí vio que el Antiguo Testamento era el nacimiento del Nuevo, de la
historia definitiva de Dios.
El Evangelio de Juan reinterpretará la
visión de Isaías: “Isaías dijo esto porque vio su gloria y habló de él” (Jn
12,41).
Y hubo también un humilde cristiano,
Francisco de Asís, que también vio la gloria de Dios en un crucificado alado:
“Visión de un hombre
en figura de serafín crucificado. 94. Durante su
permanencia en el eremitorio que, por el lugar en que está, toma el nombre de
Alverna (5), dos años antes de partir para el cielo tuvo Francisco una visión
de Dios (6): vio a un hombre que estaba sobre él; tenía seis alas, las manos
extendidas y los pies juntos, y aparecía clavado en una cruz. Dos alas se
alzaban sobre su cabeza, otras dos se desplegaban para volar, y con las otras
dos cubría todo su cuerpo (7). Ante esta contemplación, el bienaventurado
siervo del Altísimo permanecía absorto en admiración, pero sin llegar a
descifrar el significado de la visión. Se sentía envuelto en la mirada benigna
y benévola de aquel serafín de inestimable belleza; esto le producía un gozo
inmenso y una alegría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el
verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión. Se levantó, por así
decirlo, triste y alegre a un tiempo, alternándose en él sentimientos de
fruición y pesadumbre. Cavilaba con interés sobre el alcance de la visión, y su
espíritu estaba muy acongojado, queriendo averiguar su sentido. Mas, no sacando
nada en claro y cuando su corazón se sentía más preocupado por la novedad de la
visión, comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los
clavos, al modo que poco antes los había visto en el hombre crucificado que
estaba sobre sí” (1 Celano, 94).
El texto del mensaje de la misión ha de
repercutir en la explicación de las parábolas (Mc 4,10-12 y par.). Pero, viendo
todo el mensaje isaiano, de ninguna manera podemos restringir su mensaje a la
amenaza que se resalta en este texto.
Excursus: la visión como encuentro, transformación y
conocimiento
El próximo 7 de octubre, en el Sínodo de
la Nueva Evangelización recibirán el título de Doctor y Doctora de la Iglesia
San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen.
La gigantesca figura de esta monja
benedictina. Hildegarda de Bingen (1098-1179) ha sido puesta a la luz en estos
últimos decenios, especialmente a raíz de estudios y celebraciones que suscitó
la celebración del IX centenario de su nacimiento (1998).
Benedicto XVI tuvo una serie de
catequesis o semblanzas de grandes santas de la Edad Media, comenzando el 1 de
septiembre de 2010 (También en aquellos siglos de la historia que habitualmente
llamamos Edad Media, muchas figuras femeninas destacaron por su santidad de
vida y por la riqueza de su enseñanza. Hoy quiero comenzar a presentaros a una
de ellas: santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII.
Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim, cerca de Alzey, y murió en 1179, a la
edad de 81 años, pese a la continua fragilidad de su salud). Transcribimos la
alocución del miércoles siguiente, 8 septiembre 2010, en la que nos dio la
imagen espiritual de esta santa, hablándonos de la realidad de sus visiones.
Es un punto de referencia para
acercarnos a lo que pudo ser la visión de Isaías. Notemos que la primera
Palabra del libro de Isaías es: “Visión que tuvo Isaías, hijo de Amós…”
* * *
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
quiero retomar y continuar la reflexión sobre santa Hildegarda de Bingen, importante
figura femenina de la Edad Media, que se distinguió por sabiduría espiritual y
santidad de vida. Las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de los
profetas del Antiguo Testamento: expresándose con las categorías culturales y
religiosas de su tiempo, interpretaba las Sagradas Escrituras a la luz de Dios,
aplicándolas a las distintas circunstancias de la vida. Así, todos los que la
escuchaban se sentían exhortados a practicar un estilo de vida cristiana
coherente y comprometido. En una carta a san Bernardo, la mística renana confiesa:
«La visión impregna todo mi ser: no veo con los ojos del cuerpo, sino que se me
aparece en el espíritu de los misterios… Conozco el significado profundo de lo
que está expuesto en el Salterio, en los Evangelios y en otros libros, que se
me muestran en la visión. Esta arde como una llama en mi pecho y en mi alma, y
me enseña a comprender profundamente el texto» (Epistolarium pars prima I-XC:
CCCM 91).
Las
visiones místicas de Hildegarda son ricas en contenidos teológicos. Hacen
referencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, y
usan un lenguaje principalmente poético y simbólico. Por ejemplo, en su obra
más famosa, titulada Scivias, es decir, «Conoce los caminos», resume en
treinta y cinco visiones los acontecimientos de la historia de la salvación,
desde la creación del mundo hasta el fin de los tiempos. Con los rasgos
característicos de la sensibilidad femenina, Hildegarda, precisamente en la
sección central de su obra, desarrolla el tema del matrimonio místico entre
Dios y la humanidad realizado en la Encarnación. En el árbol de la cruz se
llevan a cabo las nupcias del Hijo de Dios con la Iglesia, su esposa, colmada
de gracias y capaz de dar a Dios nuevos hijos, en el amor del Espíritu Santo
(cf. Visio tertia: PL 197, 453c).
Ya por
estas breves alusiones vemos cómo también la teología puede recibir una contribución
peculiar de las mujeres, porque son capaces de hablar de Dios y de los misterios
de la fe con su peculiar inteligencia y sensibilidad. Por eso, aliento a todas
aquellas que desempeñan este servicio a llevarlo a cabo con un profundo
espíritu eclesial, alimentando su reflexión con la oración y mirando a la gran
riqueza, todavía en parte inexplorada, de la tradición mística medieval, sobre
todo a la representada por modelos luminosos, como Hildegarda de Bingen.
La
mística renana también es autora de otros escritos, dos de los cuales
particularmente importantes porque refieren, como el Scivias, sus
visiones místicas: son el Liber vitae meritorum (Libro de los méritos de
la vida) y el Liber divinorum operum (Libro de las obras divinas),
también denominado De operatione Dei. En el primero se describe una
única y poderosa visión de Dios que vivifica el cosmos con su fuerza y con su
luz. Hildegarda subraya la profunda relación entre el hombre y Dios, y nos
recuerda que toda la creación, cuyo vértice es el hombre, recibe vida de la
Trinidad. El escrito se centra en la relación entre virtudes y vicios, por lo
que el ser humano debe afrontar diariamente el desafío de los vicios, que lo
alejan en el camino hacia Dios, y las virtudes, que lo favorecen. La invitación
es a alejarse del mal para glorificar a Dios y para entrar, después de una
existencia virtuosa, en una vida «toda llena de alegría». En la segunda obra,
que muchos consideran su obra maestra, describe también la creación en su
relación con Dios y la centralidad del hombre, manifestando un fuerte
cristocentrismo de sabor bíblico-patrístico. La santa, que presenta cinco
visiones inspiradas en el prólogo del Evangelio de san Juan, refiere las
palabras que el Hijo dirige al Padre: «Toda la obra que tú has querido y que me
has confiado, yo la he llevado a buen fin; yo estoy en ti, y tú en mí, y somos
uno» (Pars III, Visio X: PL 197, 1025a).
En otros
escritos, por último, Hildegarda manifiesta la versatilidad de intereses y la vivacidad
cultural de los monasterios femeninos de la Edad Media, contrariamente a los prejuicios
que todavía pesan sobre aquella época. Hildegarda se ocupó de medicina y de ciencias
naturales, así como de música, al estar dotada de talento artístico. Compuso
también himnos, antífonas y cantos, recogidos bajo el título Symphonia
Harmoniae Caelestium Revelationum (Sinfonía de la armonía de las
revelaciones celestiales), que se ejecutaban con gran alegría en sus
monasterios, difundiendo un clima de serenidad, y que han llegado hasta nosotros.
Para ella, toda la creación es una sinfonía del Espíritu Santo, que en sí mismo
es alegría y júbilo.
La
popularidad que rodeaba a Hildegarda impulsaba a muchas personas a
interpelarla. Por este motivo, disponemos de numerosas cartas suyas. A ella se
dirigían comunidades monásticas masculinas y femeninas, obispos y abades.
Muchas respuestas siguen siendo válidas también para nosotros. Por ejemplo, a
una comunidad religiosa femenina Hildegarda escribía así: «La vida espiritual
debe cuidarse con gran esmero. Al inicio implica duro esfuerzo, pues exige la
renuncia a los caprichos, al placer de la carne y a otras cosas semejantes.
Pero si se deja fascinar por la santidad, un alma santa encontrará dulce y
amoroso incluso el desprecio del mundo. Sólo es preciso prestar
inteligentemente atención a que el alma no se marchite» (E. Gronau, Hildegard.
Vita di una donna profetica alle origini dell’età moderna, Milán 1996, p.
402). Y cuando el emperador Federico Barbarroja causó un cisma eclesial
oponiendo nada menos que tres antipapas al Papa legítimo Alejandro III,
Hildegarda, inspirada en sus visiones, no dudó en recordarle que también él, el
emperador, estaba sujeto al juicio de Dios. Con la audacia que caracteriza a
todo profeta, ella escribió al emperador estas palabras de parte de Dios: «¡Ay
de esta malvada conducta de los impíos que me desprecian! ¡Escucha, oh rey, si
quieres vivir! De lo contrario, mi espada te traspasará» (ib., p. 412).
Con su
autoridad espiritual, en los últimos años de su vida Hildegarda viajó, pese a
su avanzada edad y a las condiciones difíciles de los desplazamientos, para hablar
de Dios a la gente. Todos la escuchaban de buen grado, incluso cuando usaba un
tono severo: la consideraban una mensajera enviada por Dios. Exhortaba sobre
todo a las comunidades monásticas y al clero a una vida conforme a su vocación.
En particular, Hildegarda contrastó el movimiento de los cátaros alemanes.
Estos —cátaros literalmente significa «puros»— propugnaban una reforma radical
de la Iglesia, sobre todo para combatir los abusos del clero. Ella les reprochó
duramente que quisieran subvertir la naturaleza misma de la Iglesia, recordándoles
que una verdadera renovación de la comunidad eclesial no se obtiene con el
cambio de las estructuras, sino con un sincero espíritu de penitencia y un
camino activo de conversión. Este es un mensaje que no deberíamos olvidar
nunca. Invoquemos siempre al Espíritu Santo, a fin de que suscite en la Iglesia
mujeres santas y valientes, como santa Hildegarda de Bingen, que, valorizando
los dones recibidos de Dios, den su valiosa y peculiar contribución al
crecimiento espiritual de nuestras comunidades y de la Iglesia en nuestro
tiempo.
(Guadalajara,
13 septiembre 2012)
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